No sé si os pasará a vosotros también, de unos meses a esta parte, desde que he podido empezar a ver eso a lo que no se le está poniendo atención en esta situación global, lloro.
Yo soy especialista en escaquearme de las emociones, me sé todos los trucos, todos. Pero dolor, rabia y pena me están diciendo que ya basta de huir así que me estoy sentando a charlar con ellas... y las estoy dejando manifestarse libremente.
Reír, que no sonreír, y llorar, que no tener cara triste, son para mi, de las cosas más difíciles a hacer delante de la cámara. Porque el ambiente es frío, la cámara y yo, a veces disparador en mano, además son cosas que no sé provocar o fingir.
También sé que nadie quiere ver lágrimas (la sociedad de lo pulcro y lo liso como decía el otro día) y yo suelo detestar que me vean llorando. Por eso la publicación de hoy es especialmente complicada para mi.
Estoy poniendo orden en mi mundo tecnológico y quise a hacer un autorretrato “serio”.
Así que hice algo que normalmente no hago, le conté a la cámara lo que os contaría en la intimidad de un café eterno de sobremesa, por qué las sesiones de fotografía consciente son útiles y necesarias ahora más que nunca.
Lejos de la seriedad que mi mente buscaba estas imágenes surgieron.
La emoción brota y trae lágrimas porque creo que no solo se nos están pasando de largo cosas de fuera, vivimos desconectados de nosotros mismos; y en todo aquello a lo que no le prestamos atención se encuentra nuestra mayor fortaleza.
Vamos a necesitar desenchufar los pilotos automáticos y abrirnos a vivir.
Es importante para un equilibrio, para el bienestar físico y mental estar en contacto con un@ mism@, conocerse, mirarse, buscar la belleza en lo real, ser objetivos, conectar con la emociones, las que nos gustan y las que no.
Están pasando muchas cosas.
No dejes de mirarlas.
(Quiérete siempre, por favor 💜)
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