Llevo (o llevaba) años en la búsqueda incesante de algo. Algo que deseaba con todas mis fuerzas.
Mi vida desde que tengo uso de razón ha estado voluntaria e involuntariamente dirigida en esa búsqueda. He hecho de todo, he cambiado todo, de país, de trabajo, de forma de pensar, de forma de sentir, de actuar... he peleado y luchado, he llorado y me he frustrado, me he quedado quieta y expectante. He sentido durante años que ya estaba a punto de alcanzarlo, creía tocarlo con los dedos. Entonces el miedo me paralizaba diciéndome que no iba a ser capaz de gestionarlo, “¿imaginas? alcanzar tu mayor sueño, y después, ¿qué? Mejor olvídate “
Un día, unos cuantos años atrás, decidí dejar de buscar, dejar de esperar que mi deseo, mi gran anhelo, apareciera en cada esquina de cada lugar o disfrazado de cada persona que conocía. Dejé de pedir, suplicar e implorar. Creo que entendí, o tal vez solo asumí, que no todos vivimos lo mismo, y Eso, sí no se había dado en tantos años, simplemente no estaba para mi.
Hace unas semanas, y de la forma más dulce y simple pude sentir y vivir aquello con lo que siempre había soñado. Se manifestó ante mi y en la soledad profunda del insomnio me abrazó y me felicitó por haber dejado de buscar y pararme a sentir; me confesó que no es que viniera a quedarse, es que siempre había estado conmigo.
Bendito Amor.
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