Una vez cosí un disfraz.
Lo cosí a mi piel.
Me protegió de muchas cosas.
Sobre todo de sentir.
Lo llamé “yo puedo con todo”.
De repente descubrí que ya no sabía dónde terminaba el disfraz y empezaba mi piel.
Y me puse muy triste.
Aunque me también entendí un poco mejor mi vida.
Llevo ya unos años descosiendo el disfraz.
Discerniendo entre lo que me pertenece y lo no lo hace.
A veces duele, a veces alivia.
Algunos días quiero arrancarlo de una vez.
Otros entiendo que el descosido lleva su tiempo.
Y entonces mi tranquilizo.
No quiero renegar del disfraz, fue muy útil durante un tiempo.
Simplemente quiero vivir consciente de cuándo lo estoy utilizando y para qué.
Un día, el que sea el correcto, la última puntada se desprenderá.
Y podré sentir mi piel al completo.
Otra vez.
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