Cuando una fotografía te enseña lo opuesto de algo que llevas tiempo creyendo como verdad, es complicado que tu mente pueda sostener ambos conceptos sin verse comprometidos. En esta confrontación lo normal es culpar al fotógrafo.
“¡Sácame guap@!, ¡luego me haces Photoshop!, no hay nada malo en querer verse mejor, ¿no?” son las frases más recurrentes a las que me enfrento a diario.
Pero si nos paramos a analizarlo no es tan raro. Hemos crecido siendo juzgados constantemente. Por la altura, por el color de los ojos, por el tamaño de las orejas, por nuestros dientes, por el color de la piel, por tener el pelo rizado, por tenerlo liso, por el tamaño del culo, por tener vello, por no tenerlo, por no ser suficientemente masculinos o femeninas, porque los hombres son fuertes, porque una mujer tiene que saber sacarse partido... Y así hasta el infinito.
Todas esas frases intencionadas o no van colándose detenidamente en nuestro inconsciente y crean en nuestra mente una imagen de lo que deberíamos ser.
¿Que sucede? Esos estándares son, normalmente, inalcanzables.
Vamos a pararnos y pensar cuantos anuncios vemos al día que te vendan algo para mejorar tu estética. Hacerte creer que tienes que mejorar es uno de los negocios más rentables de nuestra sociedad (privilegiada del primer mundo). Tanto, que te han hecho creer que es idea tuya y que es natural.
Para verse mejor no hay que cambiar, solo hay que aprender a mirar mejor.
Mírate. Ámate.
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