Es extraña la forma en la que solemos relacionarnos.
A veces nos entregamos a las relaciones, sean de la índole que sea.
A una pareja, a un mejor amigo, a unos hijos, a una madre.
Volcamos toda nuestra capacidad de sentir sobre esas personas, de forma que si estamos bien es gracias a ell@s, y si estamos mal es por su culpa.
Hay veces que esa entrega es tan grande que vivimos sus procesos como si fueran propios.
Difícilmente entendemos que lo que nos sucede solo tiene que ver con nosotr@s.
Pocas veces nos han dicho que la relación más importante que existe es la que tenemos con nosotr@s mism@s.
Y que es de vital importancia reforzarla.
Eso no implica no relacionarse, al contrario.
Implica que amar no tiene nada que ver con encajar o aguantar.
Implica entender que nadie es perfecto.
Implica reconocer los tiempos y espacios, los propios y los ajenos.
Implica que al aceptarnos también aceptamos a quién tenemos al lado.
Implica que las relaciones sean sanas, libres de dependencia, libres de falsas perfecciones.
Cada vez que trabajamos en la relación que tenemos con nosotras mismas, sanamos y reforzamos las relaciones con los demás.
Mírate y ámate.
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