Estamos en esa época del año en la que a mi siempre me toca reflexionar sobre la vida, sobre lo hecho... no es que me siente y haga una lista, solo es mi estado emocional.
Normalmente las conclusiones no son muy positivas. Pero es que los listones están tan altos que es prácticamente imposible alcanzarlos. Este año ha sucedido algo nuevo, debe ser la madurez que está empezando a hacer efecto, he recordado.
He recordado el olor de la tierra mojada y lo bien que sienta que te caiga un chaparrón encima, lo que es no correr para ir a los sitios; he recordado la piel de gallina, el llorar de la risa, las mariposas en el estómago, las primeras veces y las siguientes; he recordado las reuniones junto a un fuego, las borracheras, viajar desde Cádiz a Santa Pola; he recordado los casi quince minutos que dura la Suite, los años de groupie, los inviernos en Oropesa, las bodas y los embarazos; he recordado los aviones, San Juan y los selfies, dormir en gasolineras; he recordado celebrar los EREs, y cambiar las clases por el parchís, la sensación tumbarse en la hierba; he recordado a Irene y a Celia, y a Vega y a Darío; he recordado las despedidas y los reencuentros, los baños con vistas al Duomo; he recordado el I haven’t drunk, y el que si Katy fue a la boda, los conciertos de Vetusta, las pizzas de la Morita; He recordado los cursos, el compartir con quien no conoces; he recordado los veranos con chaqueta de lana, la familia, la que te toca y la que eliges; he recordado el agua helada del manantial, como es colarse en el Tolos, las charlas trascendentales y el intentar alcanzar la gnosis; he recordado los abrazos, los corazones rotos; he recordado las confesiones a las tantas de la madrugada, los amores platónicos, las notas de audio infinitas, y los regalos que no son materiales; he recordado los cambios de vida, que existen el poder elegir y la libertad y lo importante que es cada persona encontrada y cada experiencia vivida.
Lo repetiría todo, sin dudarlo.
Me entrego ciegamente a los siguientes treinta y siete.